Desde el principio, Dios ha soñado para el ser humano un camino en compañía: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gén. 2, 18). También se expresa que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios; y para los cristianos, Dios es Trinidad. Es la relación íntima y perfecta de la que surge la vida, aquella relación de amor en la que se tiene en común la naturaleza, pero se cuenta también la diversidad de personas y de funciones. En un mundo en el que la individualidad se presenta como el fundamento y el sentido del mercado, de la sociedad y de la vida, Dios sigue presentando un proyecto que ha sido soñado por Él desde el principio para la humanidad. Este proyecto tiene un nombre concreto: la comunidad.
¿Qué es la Comunidad? Comenzamos definiendo la palabra “comunidad”, que según la Real Academia Española (RAE) es un “conjunto de personas o naciones unidas por circunstancias o intereses comunes”. Esta es una definición en términos generales, pero para la realidad cristiana, la comunidad implica mucho más que los intereses y las circunstancias, ya que “fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sino constituyendo un pueblo que lo confesara en verdad” (L.G. 9). Es así como, para los cristianos, la comunidad es una experiencia de vida que busca imitar la comunidad perfecta que es la Santísima Trinidad.
La Trinidad, comunidad perfecta
La Trinidad es la manera perfecta de relación que se da en todo el Ser de Dios. No son separados ni yuxtapuestos; por el contrario, siempre están relacionados e implicados completamente. Es la comunión donde reside la unidad de las tres Personas divinas, una comunión que solo se puede lograr entre personas, pues solo ellas se abren unas a otras, se entregan y se reciben. Es así como la comunión se convierte en una expresión de amor y de vida. Para expresar esta unión, la teología acuñó desde el siglo VI la expresión griega “Perijóresis” (cada persona contiene a las otras dos, cada una mora en la otra y viceversa), como lo expresa Jesús: “El Padre y yo somos uno” (Jn. 10, 30). Son entonces la perijóresis y la comunión las que impiden el riesgo del triteísmo (tres dioses) y permiten la unión trinitaria. La Trinidad es un misterio que se va revelando para iluminar nuestras relaciones personales, parroquiales y sociales.
Dios que piensa en el sufrimiento de su pueblo
La historia de amor entre Dios y su pueblo es un constante llamado a la comunidad. No es una invitación a la soledad. Dios no ha buscado liberar a una sola persona; siempre busca liberar al pueblo, y que desde ese pueblo llegue la liberación y la salvación a toda la tierra.
La vocación de Moisés refleja claramente lo que Dios busca: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a liberarlos de los egipcios” (Ex. 3,7). Esto concluye con un envío personal a Moisés, dejando claro que lo hace por su pueblo: “Y ahora anda, que te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los israelitas” (Ex. 3,10). Nuestro Dios siempre tiene presente a su pueblo. No es solo de individuos; nos invita siempre a pensar en pueblo, en comunidad, en los otros. Este es un recordatorio fundamental para unos tiempos de individualidad total.
La invitación de Jesús “Vengan y vean”
Desde el comienzo de su ministerio, Jesús se da a la tarea de convocar y formar una comunidad de vida, de amor y de servicio, una comunidad parecida a la Trinidad, en la que la comunión se haga evidente entre cada uno de sus miembros. Al percatarse de que lo siguen, Jesús hace una pregunta a los discípulos: “¿Qué buscan?” A lo que ellos responden con una bella expresión que implica intimidad: “Rabí, ¿dónde vives?” (Jn. 1,37). Ante esta pregunta, Jesús no deja pasar la oportunidad perfecta para dar a conocer el sueño de Dios para la humanidad. La respuesta es una invitación, como siempre lo ha sido. Dios no impone; siempre invita y propone que lo veamos: “Vengan y vean.” Es una forma de decir: los invito a vivir conmigo, conozcámonos, seamos uno y convivamos como lo hace Dios en toda su realidad. El episodio termina con un hermoso resultado: “Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día.” Nuestro Dios nos hace la invitación para que lleguemos, veamos y nos quedemos en la comunión y la dinámica perijorética de la Trinidad.
La iglesia de los primeros siglos
Después del acontecimiento pascual de Jesús, las primeras comunidades cristianas se relacionan profundamente en torno a la cena del Señor. Frente a esta realidad, el apóstol Pablo, en la primera carta a los Corintios, expone una situación que se presentaba en esta comunidad y que nos invita a reflexionar sobre el sentido de la Eucaristía (1 Cor. 11, 17-34). En un primer momento (1 Cor. 11, 18-22), hace un llamado de atención por la división en la asamblea, evidenciada en el hecho de que al reunirse, unos no esperan a que los otros lleguen y comen antes, dejando a algunos sin qué comer. De igual manera, quienes poseen más bienes se presentan de manera humillante ante los que no tienen. En este caso, el llamado de atención de Pablo es categórico: la cena del Señor debe ser comunitaria. En un segundo momento (1 Cor. 11, 22-26), aclara y vuelve a transmitir la Tradición recibida frente a este misterio, recordando lo vivido en la Última Cena, en la que es Jesús mismo quien indica cómo se debe vivir. En un tercer momento (1 Cor. 11, 27-30), expone las consecuencias de no comerla como se debe, y cierra dando sugerencias para que el momento comunitario sea vivido adecuadamente para la salvación y no para la condenación.
La iglesia del Vaticano II
El Concilio Vaticano II, en su Constitución Dogmática Lumen Gentium, nombra en el primer capítulo el misterio de la Iglesia, que “Cristo, el único mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos” (L.G. 8). Es entonces una certeza y, a la vez, un llamado urgente a la reflexión de cada uno de los miembros de la Iglesia: ¿Nos estamos comportando como comunidad de fe, de esperanza y caridad? ¿Estamos siendo un todo visible que comunica la verdad y la gracia a todos? Que estas preguntas nos permitan pensar en nuestra forma de ser Iglesia y de vivir comunitariamente, recordando lo que expresa el Papa Francisco: “Nadie se salva solo, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de las relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana” (E.G. 113).
Nuestra Parroquia como comunidad Que este espacio sea para hacer un breve recuento de nuestra historia como comunidad parroquial, para volver al primer amor, valorar el camino recorrido y recordar a aquellas personas que han sido referentes en nuestra vida.
Nuestra parroquia, desde el principio, ha logrado romper esquemas, pues al tener un templo parroquial en una propiedad horizontal, surge como un nuevo prototipo, consciente de la realidad y del contexto que nos rodea. Este ir más allá se vio reflejado en el celo pastoral de Monseñor Alberto Giraldo Jaramillo, Arzobispo de Medellín, y en el trabajo incansable del Padre Juan Gonzalo Aristizábal, de la mano de un grupo de laicos que, con la ayuda y la acogida de las religiosas de la Visitación de Santa María, permitieron que en su convento comenzara la parroquia con el primer paso de todo el camino: la creación de una comunidad de fe. Para el año 2006, se erige la parroquia el 2 de febrero, nombrando primer párroco al presbítero Juan Gonzalo Aristizábal, con la misión de iniciar la construcción del templo y acercarse a los alejados por medio de la misa dominical en los hoteles y centros comerciales. Para el año 2009, tras la muerte del Padre Juan Gonzalo, asume como párroco Monseñor Carlos Luque Aguilera, quien continuó con la construcción, culminando el 23 de agosto de 2009 y dejando consolidada la creación de la comunidad parroquial con una Eucaristía solemne, presidida por el Señor Arzobispo Alberto Giraldo Jaramillo. Durante el periodo de Monseñor Carlos Luque, se resalta el apoyo pastoral de sacerdotes como Julio César Zuluaga, Fernando Arturo Maya Toro, Fabián Andrés Loaiza, y Jesús David Gómez, quienes con su empeño, entrega y servicio ayudaron de manera especial con la formación de la comunidad, la administración de los sacramentos y la conformación de una vida parroquial activa y con sentido.
Actualmente, el párroco es el Presbítero Gustavo Alonso Montoya, quien acompaña y guía a la comunidad desde el 18 de diciembre de 2018. Se cuenta con una comunidad pastoral que crece en formación y en vida comunitaria. Se resalta la participación de comunidades y movimientos que han brindado apoyo en todo el acompañamiento, como Emaús. También se cuentan con las pequeñas comunidades CER: San Agustín, Santa Mónica y Santa María Magdalena, con una presencia activa de niños, jóvenes y adultos. Las familias y la caridad se hacen transversales en toda la acción pastoral.
La parroquia cuenta con una presencia activa de participación en cada uno de los frentes que propone el Arzobispo Ricardo Tobón. Los frentes de liturgia, evangelización, eclesial y de la caridad son los ejes que estructuran el accionar pastoral de nuestra parroquia, y cada día se pretende seguir de manera fiel el camino “fijos los ojos en Jesús.”
Una invitación para ser comunidad hoy
Este mes es una oportunidad perfecta para que fortalezcamos nuestra experiencia comunitaria dentro de la iglesia, para esto es importante tener en cuenta los siguientes aspectos:
La vida sacramental: participar activamente de cada uno de los sacramentos que son fuentes de gracia para cada uno de nosotros, en especial la Eucaristía que nos permite celebrar como comunidad el misterio de Dios.
La participación en los ministerios: cada uno de los grupos y ministerios de nuestra parroquia, están abiertos para acoger y compartir la vida y la misión con cada uno de los miembros parroquiales.
La conformación de pequeñas comunidades: la comunidad es distinta a un grupo, un grupo se reúne para una función específica, la comunidad es la respuesta afirmativa a la invitación de Jesús “vengan y vean” la pequeña comunidad es para toda la vida y es la forma indicada para caminar juntos en el proceso de la fe.
La caridad: la caridad es transversal en la parroquia, es la forma en la que se hace tangible la fe en salvación para nuestros hermanos necesitados.
La formación: que permite caminar de manera responsable con nuestros hermanos y dar razón de nuestra fe en una sociedad cada vez más secularizada.
La misión: es la disposición de salida, como Jesús que caminaba en busca de los que estaban perdidos para encontrarlos y hacerlos partícipes de la salvación y la comunidad de vida y de amor que es la Trinidad.