Hemos puesto la mirada fija en Jesús de Nazaret a lo largo de este año en nuestra experiencia de fe, de vida comunitaria parroquial y de servicio apostólico. Nos hemos dejado interpelar por su presencia amorosa que nos hace mejores discípulos y misioneros para la edificación de Su Reino. Su mirada de amor nos ha permitido levantarnos de nuestros suelos, tristezas, angustias, problemas y dificultades, así como nos ha penetrado su sabiduría en todos nuestros proyectos y acciones de bondad, ¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres! (Salmo 125,3)
Vocación permanente a la misión (Edición #9)
Llamados a vivir, amar y servir. Mes misionero Arquidiocesano 2024
La vocación es un llamado, proviene del verbo en latín vocare que significa llamar, también indica voz, invocar o provocar. Teniendo en cuenta esta palabra, se pretende en esta edición de nuestro Juan fe, profundizar en la importancia de sentirnos llamados, en medio de una sociedad en la que impera la indiferencia y en la cual la comunicación se ha vuelto cuestión de mensajes de texto o de redes sociales, y aun así caemos en la cuenta de que a lo largo de nuestra vida Dios nos llama, nos regala su voz para provocar en nosotros una acción constante de misión, de salida, de encarnar su reino en nuestra realidad.
La cantidad de llamados que se realizan hoy es impactante, constantemente se reciben con tanta insistencia mensajes publicitarios y por redes, que puede pasar desapercibida la voz de la conciencia en nuestras vidas o la voz serena como la brisa que en ocasiones presenta Dios en nuestra vida (1Re. 19, 12) para invitarnos a comer y a seguir nuestro camino. Que este Juan Fe nos permita entonces, darle la importancia a la voz de Dios que nos llama desde el principio, se hace presente cada instante de nuestra vida y espera una respuesta generosa por parte de cada uno de nosotros como sus hijos y también como su comunidad parroquial que tiene fijos los ojos en Jesús.
Llamados a la vida
El primer llamado que se nos presenta es el llamado a la vida, en el libro de Jeremías nos permite profundizar este llamado (Jr. 1, 5) “antes de formarte en el vientre de tu madre te conocí; antes que salieras del vientre te consagré; como profeta de las naciones te constituí” es motivo de gran felicidad comprender que Dios mismo nos conoce desde antes de nuestra existencia, es el mismo Dios quien nos llama a la vida que nos la entrega como un don de amor y de confianza para cada uno de nosotros. Nuestra vida es un proyecto de Dios y tiene todo el sentido cuando ese proyecto lo hacemos realidad de manera libre y voluntaria.
Ante este llamado surgen preguntas que tendremos que reflexionar, ¿Cómo estoy viviendo ese don?, ¿Mi vida si está en consonancia con el proyecto de Dios? ¿Cómo puedo hacer de mi vida la realización del proyecto de Dios? Para dar respuesta a estos cuestionamientos debemos entrar a nuestro corazón y darnos cuenta de todos aquellos detalles que se oponen a este llamado, también llenos de confianza en el amor de Dios tendremos que pedirle que nos permita conocer su proyecto para que la respuesta sea afirmativa y consciente pues como dice San Agustín “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
Llamados a la santidad
El segundo llamado que nos hace Dios es el complemento al primero, si Dios nos llama a la vida y nos propone un proyecto, ese proyecto tiene nombre claro, es la santidad, en el Levítico el Señor dice a Moisés “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lv. 19,2) y el Papa Francisco en su exhortación apostólica sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (Gaudete exsultate) expresa “todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”(GE. 14) esta santidad entonces se debe ver reflejada y crece a través de pequeños gestos cotidianos.
Jesús propone a sus discípulos el mismo proyecto, pero de manera más concreta “sean misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc. 6, 36) y es así como comprendemos que las obras de misericordia son un camino propuesto para alcanzar la santidad, son estas obras las que nos permiten poner en sintonía nuestra vida con el proyecto soñado por Dios, estas obras físicas y espirituales nos permiten hacer diariamente el Reino de Dios en nuestra realidad, nuestro contexto en tiempo presente y en este espacio concreto, nuestra comunidad parroquial. Ser misericordioso nos hace entrar en la dinámica de salida hacia el otro, hacia el que sufre, siendo conscientes que no lo hacemos por nuestra iniciativa, sino que somos enviados por Jesús, de la misma manera en que Jesús se sabía enviado por su Padre.
Jesús enviado del padre
Jesús en Nazaret proclama y hace suyas las palabras del profeta Isaías “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc. 4, 18-19) es sin duda alguna el proyecto propuesto por Dios a vivir santamente, Jesús lo asume y lo vive a plenitud y nos envía a nosotros, sus seguidores, a hacerlo nuestro también y de esta manera responder al llamado a la vida y a la santidad planteados anteriormente.
La iglesia enviada por Jesús
A lo largo del Evangelio Jesús envía a sus discípulos a proclamar el Reino de Dios en varias ocasiones, en este caso nos centraremos en el último capítulo de Mateo, antes de subir al cielo Jesús al lado del Padre nos da el envío misionero a toda su iglesia “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he enseñado. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20) Este mandato deja clara la misión permanente de toda la iglesia desde siempre, estamos llamados a ser y hacer discípulos de Jesús, a vivir nuestro bautismo y a enseñar el Reino de Dios hoy, ese Reino que nos permite tener la certeza que Dios está con nosotros siempre y que nunca nos va a dejar.
Mes misionero en la Arquidiócesis
Dando respuesta a este llamado permanente a la misión, cada mes de octubre se celebra de manera especial la acción misionera de la iglesia, en nuestra Arquidiócesis este año se ha asumido el mes misionero con un lema muy claro, “llamados a vivir, amar y servir” es la forma indicada de hacer nuestras vidas coherentes a los llamados de Dios, nos ha llamado a vivir y la santidad se alcanza amando y sirviendo a los otros, este mes es una oportunidad perfecta para responder de manera afirmativa a los proyectos a los que Dios nos ha llamado desde el principio.
Nuestra parroquia responde de manera activa a este llamado, lo hace por medio de toda la comunidad, de la que han salido un grupo significativo de misioneros, que se han formado y preparado en la oración para vivir su bautismo de la mejor manera, además para salir a los otros con amor y servicio, por medio de las asambleas, las visitas a los otros y la llegada a los sectores a vivir la promesa de Jesús, mostrando que está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. También los grupos y pequeñas comunidades estamos en la dinámica misionera, por medio de la oración, la apertura y la acogida amorosa de todo aquel que llegue a nuestra parroquia en busca del Dios que nos ama y nos llama.
Por último, este es un llamado a todos los sectores y habitantes de nuestra parroquia para que abramos la puerta a aquellos misioneros, para que abran también el
corazón para recibir el mensaje que se transmite en la vida de cada uno de los que llegan y que podamos así sincronizarnos conforme al proyecto planteado por Dios desde el principio para nosotros, logrando así encontrar el sentido de la vida como don precioso de Dios para cada uno.
Elementos para tener en cuenta este mes misionero
Para responder de la mejor manera al llamado misionero del Padre, los invito atener en cuenta los siguientes elementos:
• Oración: La oración por las misiones y por los misioneros siempre ha sido fundamental en la que pedimos al dueño de la mies que envíe obreros a su mies porque la cosecha es abundante. Que a imagen de SantaTeresita del niño Jesús, nuestra oración de frutos abundantes para los misioneros.
• Vida sacramental: Los misioneros debemos tener siempre presente que somos enviados por Jesús, y necesitamos de su presencia, de su amor y de su ejemplo y la mejor forma de alcanzar todo esto, es por medio de la vida sacramental, en especial la Eucaristía.
• Comunidad: La misión no se realiza solo, es una respuesta individual para conformar una comunidad de llamados y enviados por Dios.
Que las comunidades de nuestra parroquia seamos parte activa de la misión con la acogida y el aporte de misioneros.
• Salida: La salida permanente implica desacomodarnos, pero sobre todo implica mucha confianza y fe en aquel que se ha fijado en nosotros, nos ha llamado y nos ha dado sentido por medio de la misión.
• Acogida: Cada miembro de la parroquia debe tener la acogida como una acción que continua la misión ya que a imagen del Padre del hijo pródigo sale a recibir a su hijo, lo viste, lo baña y hace una fiesta por su llegada.
El Rosario ¿Una oración aburrida?
El pasado 7 de octubre celebramos la memoria de Nuestra Señora del Rosario. Es por esta razón que la Iglesia ha designado octubre como el «mes del rosario», y queremos aprovechar esta ocasión para reflexionar sobre esta hermosa práctica de piedad.
Sin embargo, para algunos, el rezo del rosario ha llegado a percibirse como una actividad monótona, marcada por la repetición de palabras que parecen innecesarias en una época donde prevalece lo inmediato. En medio de este contexto, meditar en silencio y repetir las mismas palabras puede parecer poco atractivo, pero he aquí la primera de las enseñanzas del Santo Rosario: «Cuando el rosario es rezado devotamente y constantemente, trae consigo una gran cantidad de gracias del cielo.» San Luis María Grignion de Montfort.
Pero la verdad es que el rosario es todo menos aburrido. Esta oración es una poderosa arma contra el mal. El Santo Cura de Ars decía: “Con el rosario le he arrebatado muchas almas al demonio”. Y el Papa San Pío X afirmaba: “Dadme un ejército que rece el rosario y conquistaré el mundo”. Como ellos, muchos otros santos han descubierto el poder del rosario. Tanto por su historia como por su fuerza espiritual, el rosario es más que un simple objeto decorativo; es un arma espiritual poderosa.
El origen de esta oración se remonta al año 1208, cuando Santo Domingo de Guzmán, sacerdote español, recibió de la misma Virgen María el encargo de propagar el rosario, una oración que ella misma le enseñó. Aunque tuvo gran éxito en su misión y convirtió el rosario en el símbolo de la comunidad que fundó, los dominicos, no fue hasta el 7 de octubre de 1571 que el rosario adquirió un significado aún más profundo.
En ese día, durante la decisiva Batalla de Lepanto entre cristianos y musulmanes, las flotas cristianas, siendo muy inferiores en número, rezaron el santo rosario y, milagrosamente, obtuvieron la victoria. Inspirado por este evento, el Papa Pío V, que estaba en Roma y aún no había recibido noticias de la batalla, anunció al pueblo que los cristianos habían triunfado por intercesión de la Virgen, nombrando aquel día como el día de Nuestra Señora de las Victorias. Este acontecimiento consolidó el rosario como una oración de poder espiritual y protección.
Como si esto no fuera suficiente, las apariciones de Nuestra Señora a tres niños en el pequeño pueblo de Cova de Iria, en Fátima, Portugal, y su llamado a la conversión y al rezo del santo rosario para alcanzar la paz, resuenan hoy más que nunca. La Virgen nos invita, a los hombres y mujeres del siglo XXI, a volver a tomar el rosario en nuestras manos. Nos llama a usarlo como un arma espiritual para desarmar los ejércitos impulsados por la ambición de poder, para pacificar los hogares divididos, y para sanar los corazones llenos de odio y resentimiento que, alejados de Dios, han olvidado el amor que Él nos ofrece, un amor que nos llama a ser constructores de paz.
Recemos el rosario en familia, por la Iglesia,por nuestra conversión personal, por nuestra patria, y por el fin de todas las guerras.
«A ustedes los llamo ¡amigos!» (Jn 15,15) Edición #8
Una mirada a la fuerza de la Palabra de Jesús
San Juan, Apóstol y evangelista, nos sumerge en la contemplación de la persona de Jesús en los aspectos más nobles y sublimes de sus actitudes humanas que conectan con el corazón y el ser de Dios Padre. Él narra para su comunidad en conflicto y persecución, los detalles del comportamiento y el querer de Jesús que puedan despertar en los hermanos aquellas disposiciones para superar las dificultades, desparecer las divisiones, apaciguar las tensiones y erradicar los odios, es decir, para aprender a amar auténticamente; de esta manera hoy nos ofrece a Jesús como el Hombre-Dios, que es Amigo de los hombres y de Dios, que sabe hacer amigos a los hombres entre los hombres y con Dios. Es, en suma, un resumen de los distintos pasajes que todos los evangelistas nos ofrecen al narrar los diferentes encuentros y episodios en los que Jesús habla, interactúa, corrige y anima a sus “amigos”. Dicho de una vez, la amistad para Jesús se traduce entonces como el vínculo estrecho con el que se abraza y se ve a Dios en la existencia y relación de los creyentes que se hacen hermanos.
1.DEL CONCEPTO A LA REALIDAD:
La cultura occidental moderna está altamente influenciada por los conceptos planos y lineales que sólo expresan la exactitud de su significado, acostumbrándonos al simplismo que termina por comunicar poco o nada de las realidades. No así en la cultura hebrea del tiempo de Jesús y de sus inmediatos seguidores, para quienes existe una pluralidad de significados en las expresiones comunicadas por el mismo Jesús y reveladas posteriormente por sus discípulos; ese es el caso del concepto “amigos” tal como Jesús llama a los cercanos. La palabra deltexto original griego es filous, como una derivación del verbo fileo= amar, complacerse en, y que termina como un sustantivo filia= amistad, filós= amigo. Por tanto, para un cristiano, desde su origen el “amigo” es una realización del amor genuino de uno por otro, lejos de nuestra comprensión materializada, sentimental y emotiva que depende de nuestros gustos,preferencias e intereses. En Jesús el “amigo” adquiere el carácter de “el otro distinto de mí, que lleva también el sello de lo que es Dios= Amor, y por ello yo tengo un lugar en él y ese tiene un lugar en mí.
Así, al llamar a sus discípulos amigos, en realidad lo que Jesús hace con la fuerza de su Palabra es vincularlos a su Corazón que sabe realizar ese amor que Él es y tiene, para que por él entren en la dimensión de lo que quiere el Padre para la humanidad. Entonces la “Amistad” de Jesús= fuerza de su amor, se extiende a los suyos, haciéndolos “amigos”, es decir, capaces de ser para el mundo fuerza de amor, en acogida, servicio, respeto, cuidado y alegría.
2.DEL YO AL NOSOTROS:
La novedad de Dios para la humanidad se llama “Jesús de Nazaret”, Él instaura para todo hombre la posibilidad de realizarse y ser feliz descubriendo el actuar bondadoso y simple de Dios con sus acciones y con la fuerza de su Palabra que transforma y cambia la vida. A sus discípulos Jesús los hace participes y multiplicadores de esa “novedad”, no como premio a un esfuerzo o mérito personal sino en virtud de la urgente y necesaria comunidad de servidores que el Reino de Dios requiere en un mundo dividido, escaseado, desorientado, vacío,necesitado de amor auténtico.
Cuando los llama “amigos”, no son sólo Suyos, sino que al atraerlos a todos a su amor los vincula en un “nosotros” con identidad y tarea común donde nadie ostenta lugares, dignidades o facultades, son “amigos por igual del Único Igual, Jesús, cuyo Corazón sabe ver y respetar las individualidades para ponerlas al servicio de la comunidad como don y riqueza para todos. Esa es la naturaleza de la comunidad eclesial, de toda comunidad cristiana, hemos nacido como fruto del Corazón amistoso del Salvador. En Jesús y desde Jesús, donde tú y yo afirmamos nuestra fe, está la verdadera identidad del amigo como persona y de la comunidad que vive y se fortalece en la amistad, de entre cada miembro con Jesús y de los miembros entre sí. Por tanto Jesús hace de este vínculo más que una alternativa de relación de alteridad, compañía y agrupación y pone a los amigos en un destino común de salvación. Los cristianos no nos hacemos amigos en virtud de una atracción de personalidades o conexión de energías, o por gustos de simpatías, ello es necesario y es común, pero no es lo absoluto o lo único. Más bien, según la fuerza de la Palabra de Jesús lo hacemos porque en ese otro actúa, habla, espera y se muestra Dios. En definitiva, soy amigo del otro por el amor a Jesús y porque en él está- como en mí- la imagen y la semejanza de Dios que nos hizo hijos en el Hijo, es decir que el otro es para mí lo que Dios quiso que fuera- hermano- no lo que yo determino que sea.
Cuando formamos y dinamizamos la comunidad bien sea familiar, pastoral, eclesial o social podemos correr el riesgo de reducir los vínculos de la amistad a puras expresiones de cordialidad, que siendo muy buenas no siempre llevan el sello de la auténtica identidad cristiana. Es necesario no conformarse con tolerar, dar la razón, dar gusto, corresponder, acoger o respetar, sino que es más apremiante aún ponerle el sello de Jesús: complacerse en el otro por lo que es en Dios y para mí, como expresión de amor, aunque no siempre nos guste cómo el otro actúa o piensa; la diferencia no es adversario, es complemento- así se lo enseñó Jesús a Juan, el Apóstol, cuando éste intento hacer de la amistad con Jesús una exclusividad de los que iban detrás del Maestro. (Mc 9,38)
3. DE LOS AMIGOS A LOS ENEMIGOS: La Sagrada Escritura, cuya lectura y meditación nos pone en contacto con estos aspectos de Jesús, señala que el Señor tuvo amigos con quienes compartía su vida cotidiana, con ellos forjó su alma sensible para saber ser en los demás, porque todos importan para Dios. De ello se deriva el hecho de que Jesús hiciera de esta amistad el motor para extender la acción salvadora del Padre, y pone un sello a la amistad que será la nota distintiva de los que en Él crean, amen y esperen: “No hay amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13) y la dio para sellar definitivamente la amistad con Dios y con los hombres.
Paradójicamente la vida que se da por los amigos, incluye a los enemigos. Sin comprender o justificar la razón que nos debe mover, Jesús lo pone como una exigencia de quien se hace su servidor y su testigo; porque si el Padre ha llamado a todos los hombres amigos (Conc. Vat II- DV-#2), hace salir su sol sobre justos e injustos (Mt 5,45) y cada hombre, cada hermano es imagen y semejanza del Creador y Padre, entonces en la comunidad no debe haber razones para excluir o seleccionar, TODOS, incluso alejados y adversarios han de caber en el corazón de quienes se han hecho amigos de Jesús. Esa será nuestra nota distintiva y nuestro aporte significativo en el mundo como discípulos del Salvador, quedando como tarea la de corregir fraternalmente y enseñar el camino correcto para que cambie de conducta y encuentre la vida.
Las familias, las comunidades eclesiales, los grupos pastorales, los grupos de cercanos, tendríamos una fisonomía tan reluciente y atractiva, como impactante, si hiciésemos converger e incluir a quien es catalogado enemigo, distinto, adverso, para que la fuerza del amor lo atrajese a Cristo y no lo marginara de la posibilidad de ser feliz, esa sería nuestraverdadera amistad con el mundo; “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn 15,14), y en su Palabra, con tu toda su fuerza, nos mandó amarnos de corazón= filous, es decir a ser amigos.
Podemos vivir los rasgos más naturales de nuestras relaciones humanas cargadas de expresiones y actitudes que evidencien nuestra capacidad de ser buenos, sociables y alegres, porque el mundo en nuestros entornos está necesitado de ello; pero más aún, estamos destinados a que, como creyentes y discípulos, como servidores de Cristo, testimoniemos en el mundo que es posible una amistad que nos divinice, que nos santifique y no sólo que nos recree o nos saque de nuestras soledades y aburrimientos. Con toda la fuerza de su Palabra, – aquella a la que siempre debemos estar abiertos tanto en la celebración litúrgica como en la vida ordinaria y diaria- Cristo nos hace hoy y siempre sus amigos. Que esta amistad con Él te ocupe, te una, te llene, te atraiga y te eleve porque sin duda es ÉL, EL AMIGO QUE NUNCA FALLA Y QUIEN LO HA ENCONTRADO, HA ENCONTRADO EL TESORO DE LA VIDA.
Jorge Hugo Hernández H (Teólogo- evangelizador)
¿Que es la lectio divina?
Hablar de lectio divina es hablar, ante todo, de un diálogo entre un amante y quien es amado. Es una lectura orante de la Palabra divina, que Dios, por pura iniciativa propia, ha querido comunicar al hombre. En este diálogo de amor, que se convierte en oración bajo la guía del Espíritu Santo, encontramos la acción poderosa de la palabra contenida en la Sagrada Biblia.
Desde tiempos antiguos, los monjes y los Padres del desierto, en medio de su vida ascética y en búsqueda de la paz espiritual, descubrieron el valor incalculable de la lectio divina. La Iglesia, como Madre y Maestra, nos ha transmitido esta tradición, con la cual hacemos viva, eficaz y actuante la Palabra pronunciada por Dios para cada uno de nosotros.
Para comprender el valor de la lectio divina, es necesario redescubrir primero el valor de la Sagrada Escritura, y más aún, entender con el corazón que esta Palabra tiene un rostro: Jesucristo (Benedicto XVI). Así, el ejercicio de la lectio divina nos permite contemplar, en el silencio, el rostro divino y amante que desea mirarnos a los ojos y revelarnos la luz de sus palabras, que son verdad y vida.
Pero, ¿cómo hacer lectio divina? ¿Cómo convertir un pasaje bíblico en oración? Ciertamente, no es fácil por nuestros propios medios; de hecho, puede parecer imposible sin la acción del Espíritu Santo, el mismo que inspiró su escritura. Para comenzar con la lectio divina, lo primero que debes hacer es pedir la fuerza poderosa del Espíritu de Dios para que te asista e ilumine. No te preocupes: «Dios dará su Espíritu a quienes se lo pidan» (San Lucas 11,13). Por lo tanto, antes de leer el texto, invita con fe la presencia del Espíritu Santo. Él estará contigo y te guiará en este momento, que es, ante todo, una oración y un diálogo de amor.
Una vez hayas invocado al Espíritu Santo, comienza con el primer paso: la lectura (Lectio). En este momento, pregúntate: ¿Qué dice el texto? Es decir, examina el contexto, los personajes, los verbos, los lugares e incluso si es de día o de noche. Aunque no lo creas, cada detalle es importante para comprender el sentido del texto. Recuerda que el hagiógrafo (aquel que es inspirado por Dios) no dejó ningún elemento al azar. Presta atención a los detalles que te llamen la atención y tenlos presentes. En esta etapa no hagas alguna reflexión personal, solo examina los elementos del texto. Los comentarios de los biblistas pueden ser de gran ayuda en este paso.
El segundo paso es la meditación (meditatio). En este punto, te preguntarás: ¿Qué me dice el texto? Es decir, ¿cómo se relaciona este texto con mi vida hoy? ¿Cómo resuena esa palabra en mi corazón, en mi historia personal? Las palabras y acciones que te llamaron la atención en la lectura tienen un sentido profundo, y ahora es momento de descubrir cómo conectan con lo que vives hoy. Los monjes utilizaban la imagen de «masticar» o «rumiar» el texto, es decir, descomponerlo y digerirlo en lo más profundo de tu ser. Esta reflexión te ayudará a identificar hacia dónde te llama el texto. A través de la meditación, la voz de Dios te habla, te anima, te consuela y te invita a la conversión. Este es un proceso muy personal; evita caer en el error de pensar que Dios está hablando a alguien más.
Dios ya te ha hablado a través de la meditatio. Es decir, la voz de Dios ha descendido del cielo, y ahora, en este diálogo de amor, tu voz se eleva hacia el Creador mediante la oración (oratio). Aunque tu oración parezca pequeña en medio de la inmensidad de Dios, tiene el poder de llegar hasta Él. La oración es tu respuesta a Dios, por lo que en este paso de la lectio divina la pregunta es: ¿Qué le dices tú a Dios? A partir del texto que has meditado, seguramente tendrás algo que expresar: alabanza, agradecimiento, perdón o súplica. Tu oración debe basarse en el texto que estás convirtiendo en oración, ya que es ese quien suscita tu respuesta.
La oración a la que te conduce la lectio divina es especialmente contemplativa, lo que nos lleva a una respuesta necesaria: el silencio de acogida o de entrega. Este silencio nos conduce al cuarto y último paso: la contemplación (contemplatio). Has recibido un gran don: has podido escuchar la palabra divina. Ahora es momento de hacer una pausa para contemplar lo que has orado. A veces, es necesario detenerse en el silencio para sentirte amado. En la contemplación, simplemente guardamos silencio y, con un corazón enamorado, damos gracias. Para finalizar, pregúntate: ¿Cómo me comprometo con este mensaje de Dios en mi vida cotidiana?
Hagamos una lectura orante y para eso te proponemos el siguiente texto.
San Mateo 14, 22 – 33.
Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesus; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
cuando subieron a la barca amainó el viento. » Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
Palabra del Señor
Luego de hacer el paso de la lectura te invitamos a meditar con los siguientes puntos:
¿Cómo está mi relación con Jesús, lo invito a montar a mi barca?
¿Será que estoy muy lejos de Jesús, me he adentrado al mar sin él?
¿Qué es el mar para mí?
¿Mi vida está inquieta? ¿hay cosas que mueven mi corazón?
¿Cómo veo a Jesús? ¿como un fantasma?
¿Siento que Jesús puede calmar mi corazón?
¿Me atrevo a dar el paso cuando Jesús me llama?
¿Por qué tengo miedo de hacer lo que el Señor me pide?
¿Cuando actúo, tengo a Jesús como meta?
El día que bajó el Espíritu Santo
Juan Fe Edición #4 Parroquia San Juan Apóstol
El día que bajó el Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús, nació la Iglesia. ¿Y cuándo fue ese día? La respuesta a primera vista parece obvia. El problema es que en el Nuevo Testamento tenemos dos versionesdiferentes.
La primera versión, y la más conocida, del día que bajó el Espíritu Santo sobre los discípulos, pone el hechoen el día de Pentecostés, osea, cincuenta días después de la resurreción de Jesús (la palabra “pentékonta”, engriego, significa “cincuenta”). Es lo que dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por Lucas: “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto vino del cielo un ruidocomo el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que estaban. Y aparecieron unaslenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenosdel Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según se los permitía el Espíritu (He 2, 1-4).
Esta es la versión más conocida sobre la venida del Espíritu Santo. Y es también la que la Iglesia acepta en suliturgia, puesto que todos los años celebra este acontecimiento cincuenta días después de Pascua.
Pero el cuarto evangelio trae una segunda versión. Allí se dice que la venida del Espíritu Santo ocurrió… ¡elmismo domingo en que resucitó Jesús!
En efecto, relata san Juan que «al atardecer del primer día de la semana (es decir, del domingo de resurrección), los discípulos estaban reunidos con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Entonces llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: “La paz con ustedes”. Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús volvió a decir: “La paz con ustedes. Asícomo el Padre me envió a mí, también yo los envío a ustedes”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A quienes perdonen sus pecados les serán perdonados; y a quienes se losretengan les serán retenidos”» (Jn 20, 19-23).
Según el Nuevo Testamento, entonces, el Espíritu Santo bajó dos vecessobre los discípulos. Una (según sanJuan) en Pascua; y la otra (según Hechos) cincuenta días mástarde, en Pentecostés. ¿Hubo entonces dos bajadas?¿Acaso la primera no fue eficaz, y se debió recurrir a una segunda?
JUAN: UNA NUEVA CREACIÓN
Se han propuesto varias teorías para explicar el doble relato. Por ejemplo, que el Espíritu Santo bajó enPascua de una manera transitoria, mientras que en Pentecostés bajó de manera definitiva. O que en Pascua elEspíritu descendió de un modo individual, sólo para los discípulos, mientras que en Pentecostés bajó para todo el mundo.
Pero estas teorías hoy no son aceptadas. Porque en ningún momento el evangelio de san Juan da a entenderque el Espíritu Santo allí entregado sea provisional, o tenga una función puramente individual. Tanto en Juan como en Hechos, el Espíritu Santo aparece bajando sobre los discípulos de un modo definitivo, pleno, total.
Entonces, ¿cómo explicar que haya dos relatos?
La solución que hoy proponen los biblistas es muy simple:los dos autores están contando el mismoacontecimiento, esdecir, la única bajada del Espíritu Santo sobre los seguidores de Jesús.
Pero ambos lo cuentan de manera distinta, porque cada uno tiene una intención especial, o sea, una “teología” parti- cular.
Para el evangelio de Juan, la muerte y resurrección de Jesús provocaron una nueva creación en el mundo. Es como si la primera creación, aquella contada en el Génesis en siete días, hubiera quedado obsoleta, superada, y hubiera aparecido de pronto, gracias a la resurrección del Señor, un nuevo mundo con nuevas criaturas. Ahora bien, para que entrara en funcionamiento esta nueva creación, Dios tenía que mandar su Espíritu, talcomo había sucedido al principio del mundo. Por eso san Juan cuenta que el Espíritu Santo bajó el mismo díade Pascua: porque su misión era crear un mundo nuevo, apenas muerto y resucitado Jesús.
Si atendemos ahora a los detalles que Juan pone en su relato, veremos que aluden a esta nueva creación.
En efecto, comienza diciendo: “Al atardecer del primer día de la semana”. ¿Por qué? Por que justamente al atardecer del primer día de la semana, Dios había creado el primer mundo (Gn 1, 1-5). Por eso ahora, la nuevacreación debía comenzar también el mismo día.
Luego dice Juan que Jesús se presentó en medio de ellos y los saludó diciendo: “La paz con ustedes”. Si esnormal que uno salude cuando llega, ¿por qué el evangelista se detiene en relatar algo tan obvio? (¡y repitedos veces el mismo saludo de Jesús!). Es que los profetas habían anunciado al pueblo de Israel que Dios, al final de los tiempos,iba a derramar su paz sobre ellos. Pero esa paz nunca había llegado. Por eso Israel, a lo largo de la historia, se había visto siempre perseguido y maltratado. Ahora bien, el doble saludo de Jesús resucitado, anunciándoles la paz, quiere significar que llegaron los nuevos tiempos, que se ha producido la nueva creación que aguardan.
A continuación Juan cuenta que “los discípulos se alegraron de ver al Señor”. Este detalle también tiene un significado. Jesús, al despedirse de sus discípulos en la última cena, les había prometido que la próxima vezque lo vieran a Él se iban a alegrar de tal manera que la alegría de ellos iba a ser perfecta (Jn 15, 11; 16, 22-24). Al decir ahora que los discípulos se “alegraron”, Juan quiere expresar que ellos han alcanzado la alegríaperfecta, sólo possible en una nueva creación.
MANDATOS DE JESÚS
El siguiente detalle quecuenta Juan es que Jesús “soplósobre ellos y les dijo; “Recibanel Espíritu Santo”. Esta curiosamanera de mandar el Espíritues para recordar la escena de lacreación del primer hombre.Según elGénesis, Dios habíasoplado sobre Adán y así le ha-bía comunicado el espíritu devida (Gn 2, 7). Ahora Jesús sopla sobre los discípulos y les transmite el Espíritu de vida, para mostrarnos que, al igual que Dios en elprincipio, Él está realizando una nueva creación.Luego les dice: “Yo los envío a ustedes (a predicar)”. Otrohecho insólito. Nunca antes había pasado esto en el evangelio de Juan. Mientras Jesús vivía, jamás los envió a predicar(en cambio, en Mateo, Marcos y Lucas varias veces ellos salen a misionar). ¿Por qué recién ahoracuenta Juan que los discípulos son enviados? Porque para él, sólo al bajar el Espíritu Santo y transformarlosen nuevas creaturas, están ellos en condiciones de ser apóstoles (es decir, “enviados”). Antes hubiera sidoimposible. Finalmente, cuenta Juan que Jesús les dice: “A quienes perdonen sus pecados les seránperdonados”. Otra señal de que acaba de producirse una nueva creación. En efecto, el profeta Ezequiel habíaanunciado que cuando llegaran los tiempos nuevos, una de las novedades que Dios iba a realizar era purificara los hombres de sus pecados (Ez 36, 25-26), cosa que nin-gún rito judío había podido hacer hasta elmomento. Ahorabien, Jesús al venir al mundo trajo ese poder de perdonar. Peromientras san Mateo cuentaque Jesús se lo entregó a sus discí-pulos ya durante su vida (Mt 16, 16 y 18, 18), san Juan lo retrasa hasta elmomento de la venida delEspíritu, para recalcar mejor que sólo aquí se inicia la nueva creación. En conclusión, para el evangelio de Juan la venida del Espíritu Santo se produjo el mismo día de Pascua, apenasmuerto Jesús, porque la función del Espíritu (al igual que en el Génesis) era la de crear un mundo nuevo, unahumanidad nueva, una nueva vida. Y como la muerte y resurrección de Jesús habían dejado ya todo listo para la nueva creación, la venida del Espíritu Santo no podía esperar hasta más tarde. Más aun: para san Juan, también la ascensión de Jesús al Cielo se produjo el domingo de Pascua. Él mismo lo dice durante la últimacena: “Si no me voy (al cielo), no vendrá a ustedes el Paráclito (elEspíritu Santo); pero si me voy, se losenviaré” (Jn 16, 7). Es decir, para que el domingo de Pascua pueda haber bajado el Espíritu Santo, ese mismodía tiene que haber subido Jesús al cielo. Por eso Juan menciona también la ascensión del Señor el día de Pascua. Lo hace en el relato de la aparición a María Magdalena, cuando ella quiere aferrarse a sus pies, y Él le dice: “Déjame, que todavía no he subido al Padre. Ve y dile a mis hermanos: “estoy subiendo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes” (Jn 20, 17).Para el evangelio de Juan, pues, los tresacontecimientos ocurrieron el mismo día de Pascua: la resurrección, la ascensión y la venida del Espíritu Santo.
LUCAS: EL NUEVO SINAÍ
San Lucas, en cambio, tiene una teología diferente a la de Juan. Para él, la venida del Espíritu Santo se produjo el día de Pentecostés, cincuenta días después de Pascua. ¿Por qué? Por el sentido que esta fiesta teníapara los judíos. En tiempos de Jesús, Pentecostés era una fiesta muy especial, pues en ella se recordaba la llegada de los israelitas al monte Sinaí. Luego de huir de la esclavitud de Egipto, y tras cincuenta días de marcha por el desierto (de ahí que se llamara “Pentecostés”), ellos habían llegado al monte sagrado para haceruna alianza con Dios. ¿Y qué había ocurrido en ese monte? Allí Dios había hecho bajar del cielo las tablas de la Ley, y se las había entregado al pueblo. De modo que todos los años, al llegar Pentecostés, los judíoscelebraban el descenso de la Ley divina sobre el monte Sinaí, y la alianza allí pactada con Dios. Con estaaclaración Podemos entender mejor el relato de Lucas. Para él, el Espíritu Santo bajó en Pentecostés porquevino a realizar una nueva alianza. Por eso Lucas emplea detalles en su relato que revelan esta intención. En primer lugar, comienza diciendo: “Al cumplirse el día de Pentecostés” (no “al llegar el día de Pentecostés”, como ponen algunas traducciones). Con esto ya nos indica que el hecho que está por suceder viene a “cumplir” algo que se hallaba inconcluso, incompleto. En otras palabras: que hasta ese momento Pentecostésera una fiesta que los judíos celebraban de un modo imperfecto, y que ahora estaba por llegar a su plenitud. Es significativo, también, que Lucas ubique el episodio de Pentecostés en el “piso superior” de una casa (He 1, 13). Si consideramos los pequeños ambientes de las casas palestinas, es dudoso que Pentecostés haya tenidolugar en una de ellas. Difícilmente pudieron haber entrado allí las120 personas que Lucas dice que participaron (He 1, 15). Y mucho menos si, como cuenta más adelante, una inmensa multitud de testigospresenció aquel acontecimiento (He 2,5). Es más probable que, históricamente, el hecho haya sucedido en elTemplo de Jerusalén, mientras los discípulos se hallaban rezando. Pero Lucas lo coloca en el ambientesuperior de una casa, aun con toda la dificultad que eso significa, porque como la antigua alianza había tenidocomo escenario un monte, la nueva alianza también tenía que estar situada en un lugar elevado. La sala de losdiscípulos, pues, quedó convertida por Lucas en el nuevo Sinaí. Asi mismo, Lucas coloca en su relato de Pentecostés “una ráfaga de viento fuerte”, junto con unas “lenguas de fuego”. Estos elementos también estánpuestos para recordar la alianza del Sinaí. Porque según el libro del Éxodo, aquel día sobre el monte hubotruenos, relámpagos, y bajó fuego del Cielo (Ex 19). Por eso en el nuevo Sinaí debían darse también estosfenómenos. Pero, mientras junto al monte Sinaí sólo se encontraba reunido el pueblo de Israel para hacer la alianza, ahora junto a la habitación superior se halla reunida una multitud venida de todas partes del mundo. Esque ahora la nueva alianza Dios la hace con todos los hombres de todos los pueblos. Pero hay unadiferencia entre el Pentecostés judío y este nuevo Pentecostés: mientras en el monte Sinaí habían bajado del cielo las tablas de la Ley, en el Pentecostés cristiano lo que baja es el Espíritu Santo. De modo que aquellaalianza antigua, escrita sobre piedras y basada en la Ley, queda ahora reemplazada por la nueva alianza, escrita en el corazón de los creyentes y basada en el Espíritu Santo. Para Lucas, pues, la función del Espíritu Santo, al bajar sobre los discípulos el día de Pentecostés, fue la de reemplazar aquella antigua alianza por otradefinitiva y eterna, destinada a todos los hombres, y ya no basada en el cumplimiento minucioso de preceptossino en la voz del Espíritu que habla al corazón de cada creyente.
LAS LECCIONES DE PENTECOSTÉS
¿Cuándo bajó el Espíritu Santo sobre los discípulos? No lo sabemos. Debió de ser en alguna de esas reunions que, cautelosos y con miedo, ellos solían tener después de la resurrección de Jesús, para rezar. De pronto se sintieron invadidos por una fuerza extraña y maravillosa que los animaba, les transmitía poderesdesconocidos, y los impulsaba a hablar como nunca se habían imaginado. Y comprendieron que era elEspíritu del Señor. Más tarde, la tradición posterior contó esa experiencia de dos maneras: una (recogida porJuan) ubicada en Pascua; y la otra (recogida por Lucas), en Pentecostés. Porque cada una quería dejar un mensaje diferente. La de Juan: que cuando uno recibe el Espíritu de Dios se transforma en una nueva creatura, un nuevo ser,y no debe volver nunca atrás, a lo que fue antes. Y la de Lucas: que quien recibe el Espíritu Santo, ya no puede obedecer a otras voces que no sean la voz de ese Espíritu. No sabemos qué día exactamente bajó el Espíritu Santo y provocó el nacimiento de la Iglesia. Por eso, en vez de decir que laIglesia nació en Pentecostés, más bien habría que decir que Pentecostés ocurrió cuando nació la Iglesia.
Pero desde el punto de vista teológico, Pentecostés no es un día de veinticuatro horas, sino una “situaciónhistórica”, que comenzó con la resurrección de Jesús y durará hasta el fin de los tiempos. Y durante ese lapso, cada uno tiene que hacer el valiente esfuerzo de vivir su propio Pentecostés: transformándose en una nuevacreatura y escuchando la voz del Espíritu. Por suerte son muchos los que lo hacen. Por eso Pentecostés es un día que amaneció hace veinte siglos, y que aún está lejos de anochecer.
P. Ariel Álvarez Valdés
La comunidad, un proyecto soñado De Dios para humanidad Juan Fe Edición #7
Desde el principio, Dios ha soñado para el ser humano un camino en compañía: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gén. 2, 18). También se expresa que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios; y para los cristianos, Dios es Trinidad. Es la relación íntima y perfecta de la que surge la vida, aquella relación de amor en la que se tiene en común la naturaleza, pero se cuenta también la diversidad de personas y de funciones. En un mundo en el que la individualidad se presenta como el fundamento y el sentido del mercado, de la sociedad y de la vida, Dios sigue presentando un proyecto que ha sido soñado por Él desde el principio para la humanidad. Este proyecto tiene un nombre concreto: la comunidad.
¿Qué es la Comunidad? Comenzamos definiendo la palabra “comunidad”, que según la Real Academia Española (RAE) es un “conjunto de personas o naciones unidas por circunstancias o intereses comunes”. Esta es una definición en términos generales, pero para la realidad cristiana, la comunidad implica mucho más que los intereses y las circunstancias, ya que “fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sino constituyendo un pueblo que lo confesara en verdad” (L.G. 9). Es así como, para los cristianos, la comunidad es una experiencia de vida que busca imitar la comunidad perfecta que es la Santísima Trinidad.
La Trinidad, comunidad perfecta
La Trinidad es la manera perfecta de relación que se da en todo el Ser de Dios. No son separados ni yuxtapuestos; por el contrario, siempre están relacionados e implicados completamente. Es la comunión donde reside la unidad de las tres Personas divinas, una comunión que solo se puede lograr entre personas, pues solo ellas se abren unas a otras, se entregan y se reciben. Es así como la comunión se convierte en una expresión de amor y de vida. Para expresar esta unión, la teología acuñó desde el siglo VI la expresión griega “Perijóresis” (cada persona contiene a las otras dos, cada una mora en la otra y viceversa), como lo expresa Jesús: “El Padre y yo somos uno” (Jn. 10, 30). Son entonces la perijóresis y la comunión las que impiden el riesgo del triteísmo (tres dioses) y permiten la unión trinitaria. La Trinidad es un misterio que se va revelando para iluminar nuestras relaciones personales, parroquiales y sociales.
Dios que piensa en el sufrimiento de su pueblo
La historia de amor entre Dios y su pueblo es un constante llamado a la comunidad. No es una invitación a la soledad. Dios no ha buscado liberar a una sola persona; siempre busca liberar al pueblo, y que desde ese pueblo llegue la liberación y la salvación a toda la tierra.
La vocación de Moisés refleja claramente lo que Dios busca: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a liberarlos de los egipcios” (Ex. 3,7). Esto concluye con un envío personal a Moisés, dejando claro que lo hace por su pueblo: “Y ahora anda, que te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los israelitas” (Ex. 3,10). Nuestro Dios siempre tiene presente a su pueblo. No es solo de individuos; nos invita siempre a pensar en pueblo, en comunidad, en los otros. Este es un recordatorio fundamental para unos tiempos de individualidad total.
La invitación de Jesús “Vengan y vean”
Desde el comienzo de su ministerio, Jesús se da a la tarea de convocar y formar una comunidad de vida, de amor y de servicio, una comunidad parecida a la Trinidad, en la que la comunión se haga evidente entre cada uno de sus miembros. Al percatarse de que lo siguen, Jesús hace una pregunta a los discípulos: “¿Qué buscan?” A lo que ellos responden con una bella expresión que implica intimidad: “Rabí, ¿dónde vives?” (Jn. 1,37). Ante esta pregunta, Jesús no deja pasar la oportunidad perfecta para dar a conocer el sueño de Dios para la humanidad. La respuesta es una invitación, como siempre lo ha sido. Dios no impone; siempre invita y propone que lo veamos: “Vengan y vean.” Es una forma de decir: los invito a vivir conmigo, conozcámonos, seamos uno y convivamos como lo hace Dios en toda su realidad. El episodio termina con un hermoso resultado: “Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día.” Nuestro Dios nos hace la invitación para que lleguemos, veamos y nos quedemos en la comunión y la dinámica perijorética de la Trinidad.
La iglesia de los primeros siglos
Después del acontecimiento pascual de Jesús, las primeras comunidades cristianas se relacionan profundamente en torno a la cena del Señor. Frente a esta realidad, el apóstol Pablo, en la primera carta a los Corintios, expone una situación que se presentaba en esta comunidad y que nos invita a reflexionar sobre el sentido de la Eucaristía (1 Cor. 11, 17-34). En un primer momento (1 Cor. 11, 18-22), hace un llamado de atención por la división en la asamblea, evidenciada en el hecho de que al reunirse, unos no esperan a que los otros lleguen y comen antes, dejando a algunos sin qué comer. De igual manera, quienes poseen más bienes se presentan de manera humillante ante los que no tienen. En este caso, el llamado de atención de Pablo es categórico: la cena del Señor debe ser comunitaria. En un segundo momento (1 Cor. 11, 22-26), aclara y vuelve a transmitir la Tradición recibida frente a este misterio, recordando lo vivido en la Última Cena, en la que es Jesús mismo quien indica cómo se debe vivir. En un tercer momento (1 Cor. 11, 27-30), expone las consecuencias de no comerla como se debe, y cierra dando sugerencias para que el momento comunitario sea vivido adecuadamente para la salvación y no para la condenación.
La iglesia del Vaticano II
El Concilio Vaticano II, en su Constitución Dogmática Lumen Gentium, nombra en el primer capítulo el misterio de la Iglesia, que “Cristo, el único mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos” (L.G. 8). Es entonces una certeza y, a la vez, un llamado urgente a la reflexión de cada uno de los miembros de la Iglesia: ¿Nos estamos comportando como comunidad de fe, de esperanza y caridad? ¿Estamos siendo un todo visible que comunica la verdad y la gracia a todos? Que estas preguntas nos permitan pensar en nuestra forma de ser Iglesia y de vivir comunitariamente, recordando lo que expresa el Papa Francisco: “Nadie se salva solo, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de las relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana” (E.G. 113).
Nuestra Parroquia como comunidad Que este espacio sea para hacer un breve recuento de nuestra historia como comunidad parroquial, para volver al primer amor, valorar el camino recorrido y recordar a aquellas personas que han sido referentes en nuestra vida.
Nuestra parroquia, desde el principio, ha logrado romper esquemas, pues al tener un templo parroquial en una propiedad horizontal, surge como un nuevo prototipo, consciente de la realidad y del contexto que nos rodea. Este ir más allá se vio reflejado en el celo pastoral de Monseñor Alberto Giraldo Jaramillo, Arzobispo de Medellín, y en el trabajo incansable del Padre Juan Gonzalo Aristizábal, de la mano de un grupo de laicos que, con la ayuda y la acogida de las religiosas de la Visitación de Santa María, permitieron que en su convento comenzara la parroquia con el primer paso de todo el camino: la creación de una comunidad de fe. Para el año 2006, se erige la parroquia el 2 de febrero, nombrando primer párroco al presbítero Juan Gonzalo Aristizábal, con la misión de iniciar la construcción del templo y acercarse a los alejados por medio de la misa dominical en los hoteles y centros comerciales. Para el año 2009, tras la muerte del Padre Juan Gonzalo, asume como párroco Monseñor Carlos Luque Aguilera, quien continuó con la construcción, culminando el 23 de agosto de 2009 y dejando consolidada la creación de la comunidad parroquial con una Eucaristía solemne, presidida por el Señor Arzobispo Alberto Giraldo Jaramillo. Durante el periodo de Monseñor Carlos Luque, se resalta el apoyo pastoral de sacerdotes como Julio César Zuluaga, Fernando Arturo Maya Toro, Fabián Andrés Loaiza, y Jesús David Gómez, quienes con su empeño, entrega y servicio ayudaron de manera especial con la formación de la comunidad, la administración de los sacramentos y la conformación de una vida parroquial activa y con sentido.
Actualmente, el párroco es el Presbítero Gustavo Alonso Montoya, quien acompaña y guía a la comunidad desde el 18 de diciembre de 2018. Se cuenta con una comunidad pastoral que crece en formación y en vida comunitaria. Se resalta la participación de comunidades y movimientos que han brindado apoyo en todo el acompañamiento, como Emaús. También se cuentan con las pequeñas comunidades CER: San Agustín, Santa Mónica y Santa María Magdalena, con una presencia activa de niños, jóvenes y adultos. Las familias y la caridad se hacen transversales en toda la acción pastoral.
La parroquia cuenta con una presencia activa de participación en cada uno de los frentes que propone el Arzobispo Ricardo Tobón. Los frentes de liturgia, evangelización, eclesial y de la caridad son los ejes que estructuran el accionar pastoral de nuestra parroquia, y cada día se pretende seguir de manera fiel el camino “fijos los ojos en Jesús.”
Una invitación para ser comunidad hoy
Este mes es una oportunidad perfecta para que fortalezcamos nuestra experiencia comunitaria dentro de la iglesia, para esto es importante tener en cuenta los siguientes aspectos:
La vida sacramental: participar activamente de cada uno de los sacramentos que son fuentes de gracia para cada uno de nosotros, en especial la Eucaristía que nos permite celebrar como comunidad el misterio de Dios.
La participación en los ministerios: cada uno de los grupos y ministerios de nuestra parroquia, están abiertos para acoger y compartir la vida y la misión con cada uno de los miembros parroquiales.
La conformación de pequeñas comunidades: la comunidad es distinta a un grupo, un grupo se reúne para una función específica, la comunidad es la respuesta afirmativa a la invitación de Jesús “vengan y vean” la pequeña comunidad es para toda la vida y es la forma indicada para caminar juntos en el proceso de la fe.
La caridad: la caridad es transversal en la parroquia, es la forma en la que se hace tangible la fe en salvación para nuestros hermanos necesitados.
La formación: que permite caminar de manera responsable con nuestros hermanos y dar razón de nuestra fe en una sociedad cada vez más secularizada.
La misión: es la disposición de salida, como Jesús que caminaba en busca de los que estaban perdidos para encontrarlos y hacerlos partícipes de la salvación y la comunidad de vida y de amor que es la Trinidad.
La Eucaristía aparece como la fuente y la cumbre de toda predicación evangélica Edición #6
En la Sagrada Escritura, Dios ha querido revelarnos su proyecto de amor, de misericordia, de bondad y entrega en donde todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2, 4); en el que nosotros, sus creaturas, podamos actuar de forma más humana teniendo presentes los valores del Reino que Jesús nos ha predicado. Quienes creemos y nos hemos unido a Cristo tenemos la tarea de ser cooperadores del mensaje de
la salvación de Dios, recordando que desde el bautismo somos configurados como miembros partícipes y actuantes de la Iglesia, es decir, que en nosotros también se encuentra el deseo de Dios por hacer visible y posible su proyecto de salvación y redención. Sabiendo este deseo y anhelo de Dios, debemos cada día acrecentar en nosotros nuestra relación y adhesión a la vida y a la enseñanza de Dios y la revelación de la misericordia dada en Jesucristo.
El llamado de Jesús por anunciar la buena noticia, una noticia de salvación que en nuestro mundo debe ser operante y actuante para así ayudar a transformar nuestra sociedad procurando justicia, paz y reconciliación. Nosotros, los discípulos de Jesús, quienes nos hemos sentido llamados y motivados a una vida entregada por medio del anuncio del evangelio, es decir, de la buena nueva, tenemos un alimento que nos vivifica, alimenta y anima para que con fuerza podamos entregar a los demás aquello que hemos recibido. Este alimento que llamamos Eucaristía, que en definitiva es Cristo, se hace pan de vida y bebida de salvación, se parte y se comparte para que, reconfortados por Él, salgamos a dar testimonio de la misericordia de Dios.
El teólogo Andrés Torres Queiruga nos indica que, frente a la Eucaristía, existe una especificidad del Sacramento. La Eucaristía es el sacramento de la Iglesia en el sentido radical; es en este sacramento donde la comunidad se abre a la presencia salvadora de Dios, de modo que, acogiéndola en la fe, alimente su confianza en la ayuda divina y transforme sus vidas, haciéndolas avanzar en la autenticidad religiosa, tanto personal como en entrega y amor a los demás.
Podríamos afirmar que los sacramentos se sitúan en la vida del hombre como aquellos que guían el encuentro de lo humano con lo divino, de la vaciedad del ser con la inmensa misericordia y amor de Dios que quiere cambiar el corazón de la historia del ser humano; por eso, los sacramentos, y en especial la Eucaristía, deben generar un cambio de conducta en la humanidad. No se rata, por lo tanto, de que en la celebración cambie Dios y empiece a actuar, sino de que nosotros reconozcamos, confesemos y acojamos la constante actuación salvadora de aquel que “trabaja siempre” (Jn 5, 17) y “no duerme ni adormece” pensando en nuestro bien (Sal 121, 4). Este es un principio que debería regir toda la vida cristiana y toda la reflexión teológica sobre ella: el problema no está nunca en Dios, que es amor siempre entregado en iniciativa absoluta, buscando únicamente nuestra realización; el problema está en nosotros, que no nos enteramos, nos resistimos respondiendo a medias o, peor, nos negamos a acoger su salvación.
Por esto, la Eucaristía, según la doctrina de la Iglesia, es el centro de la vida, y en ella está la convergencia de todos los demás sacramentos. Esto es debido a que Jesús mismo entrega la vida y se vuelve vida para nosotros, los creyentes. Esta vida, que ha sido entregada al pueblo de Dios, se convierte en memorial; es decir, actualización del misterio pascual de Cristo. El mandato de repetir el “memorial” se remonta a las palabras propias del Maestro cuando dice: “Haced esto en memoria de mí”; es decir, no únicamente de mi cruz, sino de mi entera vida. Esa vida, con todo lo que ella implica, es la que ahora muestra su pleno sentido en la entrega definitiva. Entrega que es el verdadero significado del sacrificio, de “hacer sagrado”, poniendo algo, en este caso la existencia entera, en las manos de Dios, es decir, en la acogida y prolongación de su amor salvador. Haciendo eco del lema de nuestra parroquia, la Eucaristía nos recuerda que no solo debemos conocer a Cristo, tener nuestros “ojos fijos en el Señor”, sino ser capaces de reconocerlo en la Eucaristía, alimentarnos de Él, configurar nuestra existencia con las exigencias y enseñanzas que nos ha brindado, y entregarnos por completo en el anuncio del Reino de Dios en nuestros ambientes vitales para que así podamos dar fruto abundante.
Por último, los invito a que pensemos en la Eucaristía como presencia y encuentro; Cristo es presencia viva de Dios en medio de los hombres, Cristo es presencia siempre ofrecida que se hace para nosotros encuentro real y efectivo. Este encuentro solo tiene sentido y se
puede realizar gracias a que Cristo se nos está haciendo presente.
Existe reciprocidad entre presencia y acogida; Cristo se hace presente en la Eucaristía y
nos acoge para que en su presencia podamos depositar nuestra acción de gracias y además colocar nuestras intenciones que se convertirán en nuestra ofrenda. Recordemos las palabras de Henri de Lubac que nos dice: “La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia”. En este sentido, la Eucaristía es un encuentro integral.
Sintiendo que la Eucaristía es llamada y potenciación para el amor compartido, de trabajo por la igualdad y la fraternidad, cada celebración litúrgica nos mueve a un compromiso comunitario y social, generando en nosotros una conciencia por ver a Jesús y, como dice San Óscar Romero: ver el rostro de Cristo en los hermanos que me muestran a Cristo siervo y Señor. Que cada Eucaristía nos ayude a ver a Cristo, que es alimento que nos reconforta, y verlo en nuestro hermano que se encuentra a nuestro alrededor.
Escondidos, abrazados y confortados en el Corazón de Dios
JuanFe Edición #5
Parroquia San Juan Apóstol
Más que una devoción.
Conocida y extendida en el mundo es la popular devoción que honra e invoca la confianza en el SagradoCorazón de Jesús. ¡Cuántos creyentes hemos encontrado en esta devoción motivos de oración como camino de acercamiento y descubrimiento del amor del Señor! Y aunque impulsada por las sublimes revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque, a San Juan Eudes y a otros tantos, es verdadero tesoro de la acción misma de Dios, y todo Dios, puesto que desde el principio su Corazón se ha abierto para nosotros. Nada hay en la experiencia cristiana que no parta y no vaya al Corazón de Dios.
Fijando la mirada.
Puesto que en Dios no hay ni confusión ni división, cuando contemplamos el Corazón del Jesús es también descubrir el de su Padre- “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” -(Jn,14,8) el Espíritu es don del Padre y del Hijo, y su Corazón es refugio y plenitud. Así en Jesús, centro de la revelación y de la historia en quien el Padre nos ha ofrecido la salvación, encontramos- como dice el Apóstol- todo el tesoro de las riquezas de Dios (Col 2,3) comunicadas por la obra del Espíritu del amor. Centrar la mirada en el Corazón de Jesús es volver a descubrir la grandeza y gratuidad con la que Dios nos atrae hacía sí, porque su Vida, su Mensaje, su Promesa nos dan la verdadera certeza de la fe con la que anhelamos y deseamos hacer nuestro corazón semejante al suyo.
Con confianza plena.
Desde Abraham, el Padre de los creyentes, hasta María, la Madre de los creyentes, fue una constante de la vida y de la fe aspirar poder entrar en el corazón de Dios, agradarle, experimentar y suplicar que es Él, quien da vida, repara y alegra el nuestro- “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no arrojes de tu mirada” (Salmo 50). Con su presencia encarnada en nuestra historia, Jesús toma un corazón de hombre, para sentir como los hombres el destino que hace buscar la presencia amorosa de Dios para transformarlo. Élasumeconsuvidalatragediaque amenaza la alegría del corazón del hombre en todas sus condiciones y manifestando con su Palabra y su acción y especialmente con el sacrificioredentordelacruz,queDios libera, sana y levanta, devolviendo al
hombre el corazón de carne (Ez 36,26)
lo hace verdadero hijo y hermano. En ese Corazón traspasado de amor fijaron la mirada aquellos hombres y mujeres que descubrieron la sublimidad del amor y la misericordia, de Él aprendieron y en Él se arraigaron para cuando, llenos de Espíritu, en la Comunidad de la Iglesia, salieran a enseñar a todos y a atraer a todos a ese amor y a ese Corazón que loscautivó. De esta confianza inquebrantable se nutre la tradición de la Iglesia de Cristo, que, en la Eucaristía, no deja de sentir los Latidos del Corazón de su Cabeza.
Levantemos el corazón, lo tenemos levantado hacia el Señor.
Por eso hoy, en el momento actual de nuestra situación de Iglesia, en el lugar que nos encontremos, vale la pena ir al Corazón de Todo Dios (Trinidad), para crear la experiencia de encuentro que nos convierte en verdaderos testigos. La fe que nos compromete en la tarea de la construcción de la Iglesia en comunión, participación y misión también nos hace buscar los momentos de encuentro e intimidad con el Señor; constantemente la liturgia eucarística nos mueve con esta palabras: Levantemos el corazón,
¿Quién se resiste a pensar o decir que no lo tiene levantado hacia el Señor?, pues hagamos efectiva esa respuesta de la fe en el compromiso que hemos asumido como esposos, familia, empleados, empresarios, trabajadores, servidores en pastoral o ministros, para que cuanto hagamos
y digamos en realidad manifieste que Si tenemos un corazón elevado a Dios y no arrastrado por tantas cosas contrarias al mismo Dios. ¿Cuánto de lo que dices ser como católico evidencia que tu corazón es semejante al de Dios? – he aquí unas pautas para ello.
Escondidos en el Corazón del Padre:
Fuimos creados por Dios en el amor y para el amor. En una sociedad como la nuestra, que vive tiempos difíciles, los hombres creyentes buscamos muchos refugios para estar seguros, librados de tantos males; pero podemos correr el riesgo de olvidarnos que Aquel que
nos ha hecho con tanto amor, nos tiene escondidos en su corazón, protegidos en su amor de Padre y no nos abandona al destino fatal de los acontecimientos. En el Nombre del Padre significa que Él está atento a nuestra condición de hijos, que tiene brazos abiertos, sus ojos están puestos sobre nuestra vida. Como creyentes somos invitados a no desviar la mirada hacia el pánico, la angustia o el dolor, sino a descubrir la riqueza del escondite en el que Dios nos tiene. Miremos a nuestro derredor un momento y nos daremos cuenta de tanta belleza.
Abrazados en el Corazón del Hijo:
¡No hay nada más grande para un creyente que estar abrazado por el Corazón de Jesús! Y es el abrazo que nos levanta de nuestras miserias. Porque todo Dios y sólo Dios ha decidido abajarse a la condición de lo humano para elevarnos y alcanzarnos la alegría y la felicidad que tanto nos cuesta ver o perdurar. Ir al Corazón del Jesús- el Hijo- significa que todo cuanto hemos escuchado y vivido de Él, debe darnos la seguridad de tener un Dios preocupado de nuestra vida, al punto de ofrecernos la suya para que así aprendamos a construir la comunidad de los hermanos, la humanidad nueva. Sentir el abrazo de Jesús, de su Corazón es sabernos hombres y mujeres destinados a vivir con un proyecto, con una meta, donde Su presencia viva y real es fuerza y alimento para cumplirlo.
La escucha atenta de su Palabra, la cercanía a la intimidad en la oración, el amor y la acción de la caridad fraterna hacia el hermano, los sacramentos como encuentros, son todo ello ritmos, latidos de un corazón que ve siempre en Jesús al Dios que es vida plena, que no nos deja solos y que confía en la verdad que llevamos dentro .El abrazo del Corazón de Cristo es hoy para nosotros la posibilidad de derrotar las tentativas de la maldad, del olvido, la venganza, del dominio y la acumulación desmedida; es un abrazo que nos pone a latir por la esperanza de una vida mejor, construida en la certeza que nunca falla.
Confortados en el Corazón del Espíritu Santo: conscientes de que el Espíritu se ha unido a nuestro espíritu y nos hace clamar siempre con sinceridad que Dios es Vida y Amor, los hombres creyentes somos así iluminados y asistidos por una fuerza y una luz indecibles que superan nuestra capacidad racional de ver y entender el mundo y sus avatares. El Corazón del Espíritu es el lugar donde, aun cuando vacilamos en nuestros empeños, encontramos vías y caminos para responder acertada y oportunamente a nuestras propias situaciones y a las de aquellos que se cierran a levantar la mirada. Al proceder del Padre, el Corazón del Espíritu está repleto de verdad y nos conforta en ella; al proceder del Hijo, el Corazón del Espíritu está henchido de misericordia y nos conforta en ella porque es presencia que no se ve, pero sí es gracia que se siente y se traduce. Al confortarnos para la lucha, para la historia, para la vida, el Espíritu nos hace testigos de la acción de Jesús y nos da esa capacidad con la que, aun sin comprender, salimos adelante, victoriosos de la adversidad.
¿Quién, con esta mirada confiada, no se atreve a recostar el rostro sobre el pecho del Señor, donde el Amor late a ritmos de pasión, como Juan, el apóstol?
Jorge Hugo Hernández / Teólogo-evangelizado