Escondidos, abrazados y confortados en el Corazón de Dios

JuanFe Edición #5

Parroquia San Juan Apóstol

Más que una devoción.

Conocida y extendida en el mundo es la popular devoción que honra e invoca la confianza en el SagradoCorazón de Jesús. ¡Cuántos creyentes hemos encontrado en esta devoción motivos de oración como camino de acercamiento y descubrimiento del amor del Señor! Y aunque impulsada por las sublimes revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque, a San Juan Eudes y a otros tantos, es verdadero tesoro de la acción misma de Dios, y todo Dios, puesto que desde el principio su Corazón se ha abierto para nosotros. Nada hay en la experiencia cristiana que no parta y no vaya al Corazón de Dios.

Fijando la mirada.

Puesto que en Dios no hay ni confusión ni división, cuando contemplamos el Corazón del Jesús es también descubrir el de su Padre- Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” -(Jn,14,8) el Espíritu es don del Padre y del Hijo, y su Corazón es refugio y plenitud. Así en Jesús, centro de la revelación y de la historia en quien el Padre nos ha ofrecido la salvación, encontramos- como dice el Apóstol- todo el tesoro de las riquezas de Dios (Col 2,3) comunicadas por la obra del Espíritu del amor. Centrar la mirada en el Corazón de Jesús es volver a descubrir la grandeza y gratuidad con la que Dios nos atrae hacía sí, porque su Vida, su Mensaje, su Promesa nos dan la verdadera certeza de la fe con la que anhelamos y deseamos hacer nuestro corazón semejante al suyo.

Con confianza plena.

Desde Abraham, el Padre de los creyentes, hasta María, la Madre de los creyentes, fue una constante de la vida y de la fe aspirar poder entrar en el corazón de Dios, agradarle, experimentar y suplicar que es Él, quien da vida, repara y alegra el nuestro- “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no arrojes de tu mirada” (Salmo 50). Con su presencia encarnada en nuestra historia, Jesús toma un corazón de hombre, para sentir como los hombres el destino que hace buscar la presencia amorosa de Dios para transformarlo. Élasumeconsuvidalatragediaque amenaza la alegría del corazón del hombre en todas sus condiciones y manifestando con su Palabra y su acción y especialmente con el sacrificioredentordelacruz,queDios libera, sana y levanta, devolviendo al

hombre el corazón de carne (Ez 36,26)

lo hace verdadero hijo y hermano. En ese Corazón traspasado de amor fijaron la mirada aquellos hombres y mujeres que descubrieron la sublimidad del amor y la misericordia, de Él aprendieron y en Él se arraigaron para cuando, llenos de Espíritu, en la Comunidad de la Iglesia, salieran a enseñar a todos y a atraer a todos a ese amor y a ese Corazón que loscautivó. De esta confianza inquebrantable se nutre la tradición de la Iglesia de Cristo, que, en la Eucaristía, no deja de sentir los Latidos del Corazón de su Cabeza.

Levantemos el corazón, lo tenemos levantado hacia el Señor.

Por eso hoy, en el momento actual de nuestra situación de Iglesia, en el lugar que nos encontremos, vale la pena ir al Corazón de Todo Dios (Trinidad), para crear la experiencia de encuentro que nos convierte en verdaderos testigos. La fe que nos compromete en la tarea de la construcción de la Iglesia en comunión, participación y misión también nos hace buscar los momentos de encuentro e intimidad con el Señor; constantemente la liturgia eucarística nos mueve con esta palabras: Levantemos el corazón,

¿Quién se resiste a pensar o decir que no lo tiene levantado hacia el Señor?, pues hagamos efectiva esa respuesta de la fe en el compromiso que hemos asumido como esposos, familia, empleados, empresarios, trabajadores, servidores en pastoral o ministros, para que cuanto hagamos

y digamos en realidad manifieste que Si tenemos un corazón elevado a Dios y no arrastrado por tantas cosas contrarias al mismo Dios. ¿Cuánto de lo que dices ser como católico evidencia que tu corazón es semejante al de Dios? – he aquí unas pautas para ello.

Escondidos en el Corazón del Padre: 

Fuimos creados por Dios en el amor y para el amor. En una sociedad como la nuestra, que vive tiempos difíciles, los hombres creyentes buscamos muchos refugios para estar seguros, librados de tantos males; pero podemos correr el riesgo de olvidarnos que Aquel que

nos ha hecho con tanto amor, nos tiene escondidos en su corazón, protegidos en su amor de Padre y no nos abandona al destino fatal de los acontecimientos. En el Nombre del Padre significa que Él está atento a nuestra condición de hijos, que tiene brazos abiertos, sus ojos están puestos sobre nuestra vida. Como creyentes somos invitados a no desviar la mirada hacia el pánico, la angustia o el dolor, sino a descubrir la riqueza del escondite en el que Dios nos tiene. Miremos a nuestro derredor un momento y nos daremos cuenta de tanta belleza.

Abrazados en el Corazón del Hijo: 

¡No hay nada más grande para un creyente que estar abrazado por el Corazón de Jesús! Y es el abrazo que nos levanta de nuestras miserias. Porque todo Dios y sólo Dios ha decidido abajarse a la condición de lo humano para elevarnos y alcanzarnos la alegría y la felicidad que tanto nos cuesta ver o perdurar. Ir al Corazón del Jesús- el Hijo- significa que todo cuanto hemos escuchado y vivido de Él, debe darnos la seguridad de tener un Dios preocupado de nuestra vida, al punto de ofrecernos la suya para que así aprendamos a construir la comunidad de los hermanos, la humanidad nueva. Sentir el abrazo de Jesús, de su Corazón es sabernos hombres y mujeres destinados a vivir con un proyecto, con una meta, donde Su presencia viva y real es fuerza y alimento para cumplirlo.


La escucha atenta de su Palabra, la cercanía a la intimidad en la oración, el amor y la acción de la caridad fraterna hacia el hermano, los sacramentos como encuentros, son todo ello ritmos, latidos de un corazón que ve siempre en Jesús al Dios que es vida plena, que no nos deja solos y que confía en la verdad que llevamos dentro .El abrazo del Corazón de Cristo es hoy para nosotros la posibilidad de derrotar las tentativas de la maldad, del olvido, la venganza, del dominio y la acumulación desmedida; es un abrazo que nos pone a latir por la esperanza de una vida mejor, construida en la certeza que nunca falla.

Confortados en el Corazón del Espíritu Santo: conscientes de que el Espíritu se ha unido a nuestro espíritu y nos hace clamar siempre con sinceridad que Dios es Vida y Amor, los hombres creyentes somos así iluminados y asistidos por una fuerza y una luz indecibles que superan nuestra capacidad racional de ver y entender el mundo y sus avatares. El Corazón del Espíritu es el lugar donde, aun cuando vacilamos en nuestros empeños, encontramos vías y caminos para responder acertada y oportunamente a nuestras propias situaciones y a las de aquellos que se cierran a levantar la mirada. Al proceder del Padre, el Corazón del Espíritu está repleto de verdad y nos conforta en ella; al proceder del Hijo, el Corazón del Espíritu está henchido de misericordia y nos conforta en ella porque es presencia que no se ve, pero sí es gracia que se siente y se traduce. Al confortarnos para la lucha, para la historia, para la vida, el Espíritu nos hace testigos de la acción de Jesús y nos da esa capacidad con la que, aun sin comprender, salimos adelante, victoriosos de la adversidad.

¿Quién, con esta mirada confiada, no se atreve a recostar el rostro sobre el pecho del Señor, donde el Amor late a ritmos de pasión, como Juan, el apóstol?

Jorge Hugo Hernández / Teólogo-evangelizado